La Orina y el Relámpago (Hermanos Lapiedra, 2004)

No sé si os ha pasado alguna vez que, al ver una película, las imágenes te impiden articular una sola palabra, cada secuencia te deja pensando qué vendrá después y, al terminar, hace que necesites unos minutos para asimilar lo que has visto y empezar a reflexionar. Eso, y muchas otras sensaciones que no sé muy bien como describir, es lo que me pasó con "La orina y el relámpago". Este filme de los hermanos Lapiedra fue un proyecto a margen del circuito cinematográfico porno y convencional, un intento de crear de forma libre. Cine de arte y ensayo o "metacine", como el propio Ramiro le llama. Vanguardia. Y, para ella, contó con la presencia de dos actrices más que efectivas: Celia Blanco y Ángela Peña. En esta crítica sólo muestro mi opinión (como siempre) y mi interpretación, que no espero que sea la misma de la de ningún otro espectador ni la de los propio hermanos Lapiedra (seguramente, Ramiro grabó libremente, sin planificación, pero los críticos tendemos a querer explicarlo todo, xD).

Dos bellísimas y jóvenes prostitutas, lesbianas, bulímicas y adictas a la cocaína, descienden en un viaje sin retorno a los abismos de la autodestrucción (cito, en la reproducción del argumento, las palabras del propio Ramiro)

"La orina y el relámpago" es surrealismo e hiperrealismo al servicio del objetivo de una cámara digital. Pese a que podemos seguir un hilo argumental o, al menos, vemos una historia definida que se centra en la decadencia de las dos protagonistas, el verdadero sentido y significado de la película está en los símbolos. El relámpago es la vida moderna, la implacable erosión del tiempo, la droga, los hachazos de la inconsciencia, la autodestrucción. El relámpago es todo aquello que nos viene dado y que nosotros mismos nos buscamos. En cambio, la orina es la redención, la cordura, la sensatez post facto, el camino a la salvación. Vemos la aparición de estos símbolos de forma constante: de forma evidente la redención y de forma subyacente y esquiva la muerte.


Existen también elementos fáunicos en el filme. Una de las primeras secuencias de la película nos muestra a una cría de ratón siendo devorada por una rana, mientras de fondo escuchamos fragmentos de lo que parece ser una serie naif americana de los 70 que se cuela por la televisión. Ángela y Celia juegan en diversas ocasiones con ratones recién nacidos (Ángela de forma mas perversa y Celia más tierna) y, en una secuencia desgarradora, Celia acaricia su entrepierna mientras una diminuta cría de ratón pasea por su vagina al tiempo que Camarón de la Isla desahoga su garganta entonando "Viviré" (el 50% de la banda sonora junto a Vivaldi). Pura droga.


Es difícil destacar una secuencia sobre otra. En una, Celia, tras comer huevos duros, pinta una cara a uno de ellos con pintauñas y tras introducirlo y sacarlo de su boca en repetidas ocasiones, lo destroza restregándolo por su coño en una masturbación alimenticia. Otra secuencia bastante reveladora nos muestra a Ángela, en visión nocturna, destrozada e insomne por el mono, en su éxtasis de desesperación cuando tensa su cuerpo en posición de pino puente y, en su clímax, orina hacia la nada. Los Lapiedra inentan transmitirlo todo, sin mcuhos diálogos, con el poder de la imagen, y realmente lo consiguen al tiempo que logran desconcertar al espectador.

Ángela protagoniza otra de estas secuencias cuando, tras vomitar, cae desolada al suelo del baño, llora sin poder quitarse de encima lo que sabe será su perdición y una amiga rumana la consuela cantándole una canción popular de su pueblo. Pero pese al impacto de todas estas escenas, destaca también la que Ángela visita la iglesia bajo el manto de Camarón y se sienta en los bancos a rezar. Puñetazos y caricias, relámpagos y orina.



Mención aparte merecen unos estupendos títulos de crédito al principio con reminiscencias claras al abismo colorista de "Vertigo" de Alfred Hitchcock, que hacen que te introduzcas de lleno en el filme y cuyo rojo pasión va emparejado al de los intertítulos, que dividen el filme en varias partes. Asimismo, no podemos dejar de mencionar el trabajo interpretativo de las dos protagonistas. La genial Celia Blanco y la novata en el género Ángela Peña (a la que los lectores españoles podrán reconocer del efímero aunque exitoso programa "Confianza Ciega") despliegan todo su talento interpretativo hasta el punto en que se hace difícil pensar que todo sea interpretación y no haya gran parte de realidad documental en las imágenes. En todo caso, su interpretación es excepcional y, casi sin palabras, consiguen expresar toda la crudeza de una vida abocada al desastre.



Los Lapiedra pretenden con esta película perturbar y crear impacto en el público con sus imágenes y lo consiguen incluyendo la droga, el pissing y la bulimia en el filme, pero también con secuencias inteligentes y surrealistas. En una de las escenas, que al principio se antoja sexual y más tarde sólo aberrante, vemos a Ángela en la postura del perrito con una máscara de cerdo que le cubre toda la cabeza y con Celia fingiendo penetrarla por detrás, mientras Ángela chilla y gruñe como un cerdo en un grito agónico. A media escena, la imagen se congela y Celia ofrece en un voice-over una dilucidación sobre "Scarface El precio del poder". Pura droga.


Hay que ver "La orina y el relámpago" teniendo en cuenta que, en el fondo, no es porno; pero siendo conscientes de que el porno es el único lugar donde puede tener cabida. Pese a la genialidad de todo lo explicado y no explicado (el final, también buenísimo, no se debe explicar), he de reconocer que la secuencia que protagoniza el malogrado Holly One, para mí, sobra en la película. Puede resultar divertida, curiosa e incluso un goce para la visión en el contrapicado danzante de Ángela; pero desentona y hace perder fuerza a la película, desviando la atención de lo importante y, lo que es peor, rompe el mundo diegético, al interaccionar el cámara (que no sólo la cámara) en la acción de los personajes.


Pese a que toda la película podría considerarse pornográfica (en el sentido más eclesiástico de la palabra), el filme tiene cuatro secuencias sexuales propiamente dichas. La primera es una espectacular felación de Ángela a un hombre al que no vemos la cara en ningún momento. Ángela sobrepasa una y otra vez la fina línea que separa el dolor del placer en esta escena, húmeda, dura y muy bien planificada.


Las dos siguientes son menos satisfactorias. Andrea Moranti se tira a una amiga sobre la mesa de billar y por el salón con más droga en las venas que pasión. En la otra, Celia es contratada como prostituta en una habitación de hotel, donde se tira a un hombre para después ayudarle a pincharse. La escena no es muy explícita en lo sexual (aunque fantástica en lo estupefaciente), pero la presencia de la gran Celia ya la hace especial. La última incluye a las dos mujeres protagonistas, y nos ofrece a Celia masturbando y lamiendo a Ángela en una escena bastante sensual. Las escenas pueden no ser especialmente rutilantes y excitantes, pero en el fondo hay que pensar que son argumentales.


Mucho más se podría decir sobre esta película, pero hay cosas que es mejor verlas (yo no soy Nabokov para poder expresar lo inexpresable). ¿Es especialmente excitante? No. ¿Gustará, argumentalmente, a la mayor parte del público? No. ¿Es agradable? No, ni pretende serlo. Es un filme sucio, revulsivo e impactante. Un filme que sale de las entrañas. Una película que obliga a la revisión y que deberían ver todos los amantes del cine, bien sea para poder odiarla o amarla. Una hora de golpes cinematográficos directos a las entrañas. Una hora de pura droga.


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