La iglesia que probó el pecado

Mario Salieri es uno de los nombres más reconocidos del porno europeo de las últimas décadas. Aficionados al porno de medio mundo disfrutan y alaban obras del italiano como 'Stavros', 'Concetta Licata', 'Fuga dall'Albania' o la menos comprometida 'Dracula'; pero el gran público vio su nombre en los periódicos en 2003 por el escándalo que provocó una de sus películas, 'Il confessionale' (El confesionario).


La cinta, producida por Salieri pero dirigida por Jenny Forte, se rodó en el año 1998 y cuenta la historia de Don Luca, el párroco de una pequeña iglesia que, apoyado por los secretos arrancados en el confesionario, exige morbosas relaciones a las feligresas a cambio de la absolución divina. Sólo la trama ya podía haber creado cierta polémica entre los círculos religiosos; pero fue el lugar donde se rodó, la iglesia de San Vincenzo en Gioia dei Marsi, lo que hizo saltar el escándalo.


Salieri decidió rodar la película en una iglesia de verdad, fiel a su estilo costumbrista. Al párroco le aseguraron que iban a rodar una boda, pero lo cierto es que la novia se follaba al cura de la película sin muchos miramientos en plena iglesia. Y no sólo eso, Jean-Yves Le Castel, que interpreta a Don Luca, se lo monta en el confesionario y en cualquier rincón sagrado con feligresas y hasta con un par de monjas.


Fue cinco años después del estreno de la película cuando un vecino de Giola dei Marsi que estaba viendo el filme reconoció en él la iglesia a la que acudía cada domingo. Y a este hombre no se le ocurrió otra cosa que avisar a la policía, que confirmó sus sospechas. 


Salieri se llevó una denuncia por vilipendio por atentar contra el honor de la Iglesia, pero lo realmente curioso se lo llevó la propia parroquia. Y es que, en virtud del derecho canónico, se declararon nulos todos los autos (bodas, bautizos, comuniones, etc) realizados en la iglesia desde el momento en el que se rodó la película, y el obispo del lugar tuvo que devolverle la dignidad con un rito reparador tras una semana de penitencias y rezos. El obispo bendijo el perímetro externo de la iglesia esparciendo agua bendita y después hizo lo mismo con el interior. Al concluir, los cientos de fieles presentes prorrumpieron en aplausos y comenzaron a repicar las campanas. La iglesia ya no era impura.
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